El viento patagónico nos azotó incluso antes de llegar al Parque Nacional Torres del Paine. Desde la cubierta del catamarán, a lo lejos, un gigantesco bloque de hielo flotaba a la deriva. Su tamaño era descomunal, tan alto como un edificio de cuatro pisos, y su silueta azulada contrastaba con el cielo gris. Sabíamos que el retroceso de los glaciares avanzaba a un ritmo alarmante, pero verlo y escucharlo era otra historia. No estábamos allí como simples espectadores; nuestra misión era comprender estos colapsos antes de que se volvieran una normalidad. 

 

Llevábamos meses preparándonos para ese momento. Nuestro objetivo era instalar sensores infrasónicos y sísmicos en uno de los glaciares más extensos de la Patagonia: el Grey. Esta expedición formaba parte de un proyecto internacional destinado a investigar los parámetros invisibles a simple vista, aquellos que solo pueden ser escuchados, detrás de los desprendimientos masivos de hielo.

Yo, como física que trabaja con mediciones acústicas en ambientes extremos, venía de estudiar erupciones volcánicas y su eco silencioso en la atmósfera. Pero ahora, el desafío era diferente: interpretar el lenguaje del hielo, traducir en datos los sonidos que el oído humano no puede percibir, pero que anticipan eventos colosales.

El Glaciar Grey no solo es un símbolo de belleza natural, sino que también es una advertencia viviente. Cada bloque que se desprende, cada rugido lejano que atraviesa el hielo y el viento, son un testimonio de un sistema que se desestabiliza. En esos sonidos inaudibles que viajábamos a registrar —ondas acústicas de menos de 20 Hz— se esconden señales que revelan los mecanismos físicos detrás del retroceso glaciar. 

Esta expedición era, en muchos sentidos, una carrera contra el tiempo: contra el deshielo, contra el deterioro climático, y también contra las propias condiciones extremas que hacen del trabajo científico en esta región un desafío permanente.

Aunque el viento era una constante afuera, dentro de mí también existía otra tormenta. Era mi primera vez como responsable en una expedición de esta magnitud, y la ansiedad por que todo saliera bien me acompañaba desde antes de partir. La Patagonia no perdona errores, y yo sentía el peso de cada decisión. A eso se sumaba la presión—más silenciosa, pero persistente—de tener que demostrar que mi voz merecía ser escuchada, en un entorno científico que aún arrastra desigualdades de género. En cada jornada, entre la logística, el cansancio y el frío, también cargaba con la necesidad de sostener mi lugar, de liderar sin dudar, incluso cuando por dentro temía no estar a la altura. Esa tensión me acompañó durante toda la expedición, transformándose poco a poco en fuerza, a medida que la naturaleza, mis colegas y los instrumentos que íbamos instalando me recordaban por qué estaba allí. 

Esta crónica será una cápsula de los desafíos, descubrimientos y momentos decisivos de una expedición en la frontera cambiante de un mundo en evolución.

Desde el campamento “Los Cuernos”, la primera luz del día tiñe de naranja la cara oeste del macizo. La escena, tan breve como inolvidable, un contraste dramático entre la calidez del sol y el cielo tormentoso típico de la Patagonia austral. Créditos: Claudia Sánchez (Università di Bologna)

Día 1-2: Reconocimiento del terreno y primeros intentos

Desde el amanecer, el viento patagónico nos recordaba que trabajar en estas condiciones no sería fácil. La navegación hasta el punto de instalación no estaba confirmada hasta una hora antes de zarpar, ya que los planes podían cambiar minuto a minuto según la intensidad del viento. En ese primer momento, la ansiedad me consumía. Sabía que mi rol como investigadora no solo implicaba realizar el trabajo científico, sino también gestionar al equipo y asegurarme de que cada decisión fuera la correcta. Era mi primera vez en una expedición de esta magnitud, y no podía permitir que las dudas me frenaran. La presión era grande, y más aún sabiendo que mi voz como mujer en un campo históricamente dominado por hombres, debía ser escuchada con fuerza. Cada paso debía ser firme, cada palabra convencida, aunque por dentro sentía que la incertidumbre era un peso que me oprimía.

Finalmente, logramos embarcar con nuestro equipo. El capitán debía encontrar un punto de desembarque estratégico, evitando que tuviéramos que cruzar riachuelos o escalar terrenos complicados con el peso del equipo a cuestas. Cada decisión era clave para ahorrar tiempo y esfuerzo en un entorno tan hostil. Sin embargo, el barco no pudo atracar en el punto acordado debido a la poca profundidad, obligándonos a modificar rápidamente nuestros planes. Nos dirigimos al frente este del glaciar, donde una pequeña embarcación a motor nos transportaría al día siguiente al frente OESTE, nuestra zona de mayor interés por su cercanía al glaciar. Aunque lográbamos adaptarnos, el peso del tiempo no nos abandonaba.

 

A menos de 400 metros del imponente frente occidental del glaciar Grey, el equipo instala el campamento base. Créditos: Claudia Sánchez

 

El primer intento de instalación fracasó, por lo que decidimos reubicar parte del equipo en una zona más accesible, lo que nos llevó a incluir el frente ESTE en nuestras mediciones. El peso del equipo, la incertidumbre y el frío calaban los ánimos. Sabíamos que la Patagonia no da segundas oportunidades fácilmente. Con la ayuda de agentes de turismo, logramos finalmente llegar y establecer un campamento, aunque con gran esfuerzo: las ráfagas de viento nos hacían caer y armar las tiendas para pasar la noche se convirtió en un desafío en sí mismo. Durante esas horas, la presión seguía pesando sobre mí. Sabía que debía seguir adelante, pero la sensación de estar constantemente al borde del fracaso me mantenía alerta. Había momentos en los que me preguntaba si todo saldría bien, si los equipos estarían funcionando como se esperaba o si mis dudas serían evidentes para mis compañeros.

 

Día 3-4: Sensores infrasónicos y sísmicos

Los sensores de presión, enterrados estratégicamente y reforzados con piedras para minimizar las vibraciones del viento, comenzaron a captar sonidos inaudibles para el oído humano, pero esenciales para comprender la mecánica de los colapsos de hielo. Los nervios seguían ahí, persistentes, pero el éxito de instalar los primeros equipos me dio algo de tranquilidad. A su vez, los sensores sísmicos, anclados en terreno firme, estaban listos para registrar hasta las más mínimas vibraciones del suelo, permitiéndonos analizar con una resolución importante la dinámica de los desprendimientos. Sin embargo, cada día traía consigo nuevos desafíos, y la presión interna no disminuía. 

En un equilibrio entre tecnología y entorno, miembros del equipo protegen con piedras un sensor de presión de la Università Degli Studi di Firenze. El viento patagónico obliga a pensar cada paso: aquí, la ciencia avanza al ritmo de la naturaleza. Créditos: Duccio Gheri (INGV Pisa, Italia)

 

A las seis de la mañana, presenciamos el primer colapso: una masa gigantesca de hielo se desprendió con tal fuerza que generó un tsunami en el lago, cuyas ondas persistieron al menos 10 minutos. Durante el día, seguimos atentos al glaciar, y antes de las 17:00 horas, fuimos testigos de otros dos colapsos monumentales, una imagen tan sobrecogedora como inquietante. En esos momentos, las dudas fueron reemplazadas por una mezcla de asombro y responsabilidad: los datos que estábamos recabando eran muy importantes, pero al mismo tiempo, la magnitud de lo que estábamos presenciando me dejaba sin palabras. Pero el tiempo jugaba en nuestra contra. Con un temporal de tres días aproximándose rápidamente, la lancha llegó a recogernos, obligándonos a partir de regreso al campamento base en el frente ESTE del glaciar. Aunque el progreso de la instalación era un alivio, la ansiedad seguía creciendo, pues la tormenta nos obligaba a acelerar nuestros planes, asegurar que todo estuviera listo a tiempo y que la instalación funcionara por sí sola.

 

Día 5-9: Espera en el campamento base

Con todo instalado, solo quedaba esperar. Junto a mi colega italiano, aprovechamos el tiempo para hacer un trekking por el Parque Nacional Torres del Paine, un lugar donde la naturaleza te recuerda lo frágil y poderosa que es al mismo tiempo. Uno se siente diminuto en un paisaje que cambia constantemente, mientras que las montañas firmes y eternas transmiten una sensación de permanencia. En ese espacio tan vasto, algo en mí comenzó a calmarse. La montaña, el viento, el glaciar… todo seguía su curso, y yo, a pesar de mis miedos, comenzaba a entender que mi trabajo no estaba condicionado por mi ansiedad, sino por la precisión y paciencia. La presión seguía allí, pero de alguna forma, la belleza y el poder de la naturaleza me dieron el respiro que necesitaba.

 

Día 10: Últimos ajustes y retirada

El día antes de tomar la barca, recuperamos una de las cámaras instaladas más lejanas, cuya recolección sería la más complicada debido a una caminata de dos horas bajo la lluvia y el viento patagónico. Luego, desmontamos el arreglo infrasónico del frente ESTE y el sismómetro en la misma ubicación. Esa misma tarde, dejamos todos los instrumentos listos para ser embarcados, ya que se anunciaba la llegada de otro temporal, lo que haría difícil la salida de la barca del puerto. Mientras coordinábamos las últimas acciones, una sensación de alivio comenzó a invadir mi cuerpo. El viento y el frío no dieron tregua, pero logramos completar nuestra misión con precisión y rapidez. La emoción fue indescriptible cuando comprobamos que el arreglo infrasónico en el frente más peligroso y distante (Frente 1 – Oeste) seguía funcionando perfectamente y registrando datos. Los datos que habíamos recolectado estaban ahí, listos para ser analizados y, con ellos, sentí que habíamos logrado algo importante no solo para la ciencia, sino también para mí y el grupo. Había superado los miedos, las dudas y me había demostrado a mí misma que, a pesar de las adversidades, mi resiliencia seguía intacta.

 

Vista del Frente Este del glacier Grey. Desde lo alto, el glaciar Grey se revela en todo su esplendor. Su lengua se extiende por casi 30 kilómetros desde el campo de hielo Patagónico Sur hasta el lago Grey. La morena lateral, recuerda décadas de retroceso glacial. Créditos: Duccio Gheri

Resultados preliminares

Primeros análisis de los sensores
Los primeros datos confirmaron que los sensores infrasónicos y sismómetros registraron múltiples desprendimientos de hielo. El arreglo infrasónico del frente oeste captó señales de baja frecuencia asociadas a colapsos, mientras que las cámaras ópticas permitieron correlacionar los eventos con imágenes. A través de estos datos, comenzamos a analizar y comprender con mayor claridad la dinámica detrás de estos fenómenos, que, aunque aún compleja, se va haciendo más visible con cada dato.

Implicaciones científicas y futuras expediciones
Estos resultados refuerzan la importancia de estudiar la dinámica del retroceso glaciar, un fenómeno que no solo afecta a la región de la Patagonia, sino que tiene implicaciones globales. En futuras expediciones, será clave instalar más sensores en puntos estratégicos, ampliando la red de monitoreo y mejorando la estabilidad de los equipos en estos terrenos tan difíciles. Además, la integración de mediciones atmosféricas y satelitales permitirán un análisis más completo y detallado, abriendo la puerta a nuevos estudios sobre el comportamiento de los glaciares en un clima cambiante.

Impacto del cambio climático
El rápido retroceso del Glaciar Grey evidencia de manera tangible los efectos del cambio climático en la región. Los desprendimientos de hielo, cada vez más frecuentes, reflejan la fragilidad del ecosistema y cómo este se ve alterado por causas antropogénicas. Los datos obtenidos en esta expedición no solo permiten mejorar el entendimiento de los procesos físicos detrás de estos eventos, sino que también contribuyen a la comprensión global del impacto del cambio climático. Cada colapso de hielo es un recordatorio de cómo la Tierra está cambiando a un ritmo acelerado.

Mientras el catamarán se alejaba, miré una última vez el glaciar Grey. Sabía que no lo volvería a ver igual. Cada bloque que se desprendía era una página que se arrancaba de la historia del planeta. Y nosotros estábamos ahí para escuchar su silencioso grito, para ser testigos de un proceso de transformación que, aunque inevitable, sigue dejando una huella profunda en los que lo observamos. La expedición había llegado a su fin, pero el conocimiento adquirido, la responsabilidad de compartirlo y la resiliencia que había fortalecido en mí seguían adelante, como una tarea constante y urgente que no podía desoír.

Vista del frente occidental del glaciar desde la orilla del lago Grey. Una impresionante pared de hielo se extiende a lo largo del lago Grey, atrapada entre formaciones rocosas y las cumbres nevadas del macizo del Paine al fondo. Créditos: Claudia Sánchez

 

Desde Fundación Glaciares Chilenos te agradecemos profundamente, Claudia, por tu tremenda disposición para compartirnos y permitirnos vivir en primera piel esta historia tan potente y honesta. Tu mirada científica, humana y llena de valentía nos permitió no solo conocer los desafíos del trabajo científico en territorios inhóspitos, sino también sentir el peso y la importancia de cada decisión, de cada avance y de cada dato recolectado. Muchas gracias.

Integrante del equipo en frente al glaciar Grey. A su espalda, el frente occidental del glaciar —una muralla de hielo de más de 30 metros de altura— evidencia la dinámica de avance y retroceso del glaciar. Al fondo, el macizo del Paine destaca como referencia geológica. Créditos: Duccio Gheri

Sismómetro instalado en el frente oeste del glaciar. Créditos: Claudia Sánchez

Dr. Duccio Gheri prepara el equipo de monitoreo en la playa del lago Grey. Entre los instrumentos hay sensores de presión, cámaras, dispositivos de posicionamiento GPS y baterias, todos resguardados en cajas herméticas para soportar las condiciones extremas del entorno. Este despliegue logístico es clave para estudiar la dinámica y evolución del glaciar Grey. Créditos: Claudia Sánchez

Integrante del equipo configura los instrumentos en frente del glaciar. Créditos: Duccio Gheri

Primera imagen de la señal infrasónica capturada el segundo día de instalación durante un gran colapso. Créditos: Claudia Sánchez

Team campaña Febrero 2025 – de izquierda a derecha; Dr. Duccio Gheri (Istituto Nazionale di geofisica e Vulcanologia – INGV Italia) , Edgardo Casanova ( estudiante de Doctorado Universidad de Magallanes, Chile), Dra. Claudia Sánchez (Università di Bologna, Italia). Créditos: Claudia Sánchez

Foto destacada:

  • Glaciar Grey. Créditos: Claudia Sánchez.

Equipo de Investigación

  • Edgardo Casanova. Universidad de Magallanes, Chile.
  • Claudia Sánchez A. Alma Mater Studiorum, Università di Bologna, Italia.
  • Duccio Gheri. Instituto Nazionale di Geofisica e Vulcanologia, Italia.
  • Leoncio E. Cabrera. Pontifica Universidad Católica, Chile.
  • Sergio A. Ruiz. Universidad de Chile.
  • Bertrand Jean-Maurice. Universidad de Chile.
  • Gino Casassa. Instituto Antártico de Chile INACH.